miércoles, 19 de noviembre de 2008

La historia del logo feroz de Pico Covarrubias


El Logo feroz
Un personaje sombrerudo y con zarape, hecho bolita, dormitando, recargado sobre un cactus… ese, es el logo de nuestro país. Que pinche y que cierto es que esa composición icónica -por su brevedad, concepto y conexto- nos resuma.
Hace algunos meses nos invitaron a licitar para desarrollar la nueva imagen de SEPOMEX, el Servicio Postal Mexicano, admito que me emocioné tanto, como cuando una fan de Luis Miguel consigue sus boletos.Después de la invitación, pasaron unos deliciosos 20 días. 20 días llenos de conceptos. Ideas que viajaban entre generar una imagen respetable, poderosa, con autoridad y credibilidad. Borrar del mapa esa imagen de Jaimito el cartero. Hacerles frente a FEDEX, UPS, DHL… ese es el rumbo de SEPOMEX. Pocas cartas hoy se envían , pero cada día llegan más libros y bluerays a domicilios.
Ese era el SEPOMEX que dibujábamos. Queríamos construir algo tan poderoso como lo que hoy significa que la imagen de US Postal Service esté impreso sobre la TREK más cara y más chingona de su portafolio… eso no se consigue con simples chairas mentales y desarrollos de imagen. Es todo un contexto que supera al concepto.Teníamos las bases para lograrlo y estábamos dispuestos a convertirlo en algo aún más grande. Para empezar un logo chingón… un Logo Feroz. Incluso pensábamos asesorarnos con 2 despachos experimentados en Londres y en Italia. Lo íbamos a hacer muy bien. Responsables. Chingones. Sobre todo, porque además sabíamos que había el presupuesto… se hablaron de cientos de miles de pesos… luego se hablaron de millones de pesos… para cuando hablaron de decenas de millones de pesos… me llené de tristeza.
Mi equipo me veía desolado, triste y apagado. ¿Por qué? Les dije… en este país, cuando el proyecto ya es por tanta lana, seguro no será nuestro, ni de Interbrand, ni de nadie más. Van a ver –amenacé-.
Amables mis compañeros me decían que no perdiera yo la fé… que en 15 años hemos ganado prácticamente todas las licitaciones a las que hemos entrado –mamón pero cierto- y que existía una gran posibilidad.Les hice creer… que les creía.En la segunda junta… nos explicaron las necesidades del proyecto y nos convocaron a reunirnos dentro de 3 meses más.
No se cumplieron esos 3 meses, cuando SEPOMEX, lanzó su nueva imagen.¿Cuál licitación? ¿Cuales juntas? ¿Cuál proyecto? Lo que realizaron no me llena de coraje a mí. Yo sabía que no nos dejarían participar, no me duele una derrota… porque no la hubo. Me duele el puto cinismo y la ignorancia de quien cuida “la imagen” de este país. SEPOMEX salió a la calle con una imagen renovada… peor a la que tenía. Hoy parecen una distribuidora de artesanías. Parecen pizzeros piratas, parecen payasos de banqueta, parecen chiste. Se miran débiles, chafas. No hay autoridad, ni fuerza, ni credibilidad en ninguna arista de su imagen ni aplicación… pero ahí esta, impresa, en uniformes, motitos, camioncitos, bicicletas y sucursales. Una palome mensajera... en pleno tercer mileno. No mames.Que pinches brutos.
Me cae que les hubiéramos regalado los valores y la ruta gráfica por el bien de México y no el de nuestras carteras. No sólo yo… conozco más colegas que le hubieran entrado. Es más -por mí- se hubieran chingado la lana si querían… pero hubieran –mínimo- tratado de hacer lo correcto. Ineptos.
Hoy el tema, es el del logo de la Ciudad de México, ese del bésame mucho. Otra megamamada. Muchas razones existen por las cuales decidí personalmente no participar… con todo y sus 100,000 dólares de premio al que le atinara al mafufo gusto del cliente.
Por muchas razones dije hueva… pero hoy les comparto una de ellas.Y es que a medio camino se me ocurrió una idea mejor que –desgraciadamente- se contrapone a la solicitud expresa del cliente… en este caso Ebrard –y su movimiento de cabeza mamón incluido-. Dije la P suena más fuerte que la B.
Mr.P

© 2008, Pico.

Revolución o Democracia

Jorge Castañeda escribe en Reforma (19 de noviembre de 2008):

"Hoy pagamos el precio de 70 años de estabilidad, pero también de apatía, debilidad de la sociedad civil, partidocracia, medios de comunicación premodernos, y por ende el precio de la sobrevivencia de un corporativismo económico, social, intelectual y sindical imposible de superar, hasta ahora".

Coincido con él y me parece que el saldo más caro de los 70 años de autoritarismo nacionalista revolucionario tienen que ver con una cultura política que se traduce en la notoria ausencia de una sociedad civil fuerte y con todos los corporativismos que enumera, principlamente --desde mi lectura-- el intelectual.

martes, 18 de noviembre de 2008

Más ciudadanos, menos partidocracia


Más ciudadanos, menos partidocracia.

Así lucía el 17 de noviembre, el mensaje central colocado sobre la manta monumental que tapaba, completamente, una de las caras del monumento a la Revolución en la Ciudad de México. Ese acto de comunicación política encuadraba el lanzamiento público de un nuevo movimiento social, encabezado por la excandidata presidencial Patricia Mercado.

El lanzamiento de éste movimiento lleva de forma explícita varios mensajes: el que –por lo menos por ahora—no buscan la constitución de un nuevo partido político (lo que pareciera novedoso ya que la propia Mercado ha intentado hacer política desde adentro del actual sistema de partidos) sino la constitución de un movimiento ciudadano, organizado en torno a clubes cívicos; lo hacen “tapando” simbólicamente el “rostro” más visible de lo que queda de la revolución de 1910, que dicho sea de paso, a la fecha no cuenta con un responsable que encabece los esfuerzos de la celebración de su centenario y lo hacen “tachando” --como se ve en la manta--, la R de la palabra revolución dejando de forma limpia la palabra “Evolución”; por último, el mensaje central: Menos partidocracia, más ciudadanía.

Parece que, poco a poco, con Jorge Castañeda en 2006 y ahora con Mercado se comienzan a vislumbrar los esbozos de una tercera vía que vaya más allá del plebiscito electoral de socialdemócratas (PRI, PRD, Convergencia, PT y PSD) versus el PAN y Nueva Alianza. Una disyuntiva que expropie el mandato de lo público que detentan los partidos e invoque ese poder a los ciudadanos.

Pero más allá del movimiento de Patricia Mercado, de sus causas y sus proyectos, me parece que lo relevante es que hay gente en el país que estamos pensando que nuestra democracia necesita una cirugía mayor.

Nuestra democracia necesita de la participación de la ciudadanía. Hay un grupo de personas que creemos que urge una sociedad civil más fuerte y con mayor presencia en la vida política de México; que consideramos que lo público ha sido secuestrado por los partidos políticos; que la democracia mexicana decanta siempre a favor de uno de sus actores, la partidocracia y expulsa a espacios mínimos o marginales al resto de los mexicanos.

Los causes de la participación del ciudadano en lo público están limitados; la mayoría de las veces, se recorren sólo a través del voto en las elecciones y en contadas ocasiones por medio de otras figuras, también tradicionales, de la democracia directa como el referéndum o los ejercicios de revocación de mandato --tan publicitados en la gestión de López Obrador al frente a la ciudad de México-- o en un caso que, paradójicamente, se vuelve antagónico, se participa de lo público --casi forzosamente-- desde la membrecía de los partidos políticos o al servicio de las grandes burocracias, federal, estatales o municipales.

Otras formas de participar de lo público, las de la opinión publicada (o transmitida) o desde la sociedad civil organizada, tienen mayores repercusiones, sin embargo, todavía falta mucho por hacer, sobre todo en el campo de las organizaciones de la sociedad civil.
Pero insisto, la culpa no es de los políticos ni de los dirigentes de los partidos políticos: la culpa es de nosotros, los ciudadanos que hemos permitido que lo público sea un ejercicio del antiguo arcani imperi (las cuestiones de Estado o la razón de Estado) y no de aquello que nos es común a todos y que por lo tanto, debiera ser de nuestro interés: la ley, la administración del estado y la justicia.

jueves, 13 de noviembre de 2008

México no va bien

Me parece que México no va bien. Desde las situaciones más banales, la Selección mayor de fútbol pierde ante Jamaica y empata con Canadá, pasando por la triste actuación de la delegación mexicana en los pasados Juegos Olímpicos hasta el aterrizaje forzado de la infiltración por parte del narcotráfico de los órganos de combate a la delincuencia organizada y el festinado logro de una reforma petrolera que, si le creemos a los motivos de la iniciativa presidencial, no responde a la solución de los problemas que pretendía resolver; en este rubro, el acuerdo en el Senado se ve como un gran éxito y son muchos los opinadores que lo ven como el inicio de algo nuevo, aun así, tengo para mi, que lo posible, aunque mínimo, en lugar de lo deseable, retratan de forma clara la visión que sobre la administración del Estado vive México.

México no va bien. Estamos inmersos en la vorágine de la violencia producto de la “guerra” contra el narcotráfico; de una difícil situación económica producto de la crisis financiera internacional, la reducción en las remesas y el vaivén de los precios del petróleo; y, en el fondo, somos rehenes de una clase política (en principio, pero no de forma única, también somos prisioneros de los grandes empresarios y su falta de visión para invertir en México en lugar de comprar aviones y departamentos en Miami y, lo que es más grave, de la casi nula existencia de una sociedad civil organizada) que es incapaz de ponerse del lado de la gente porque su dicotomía es la de fortalecer a la partidocracia, aun a costa del país, aun a costa de los ciudadanos. A todo esto, se suma la situación social y los altos niveles de pobreza que azotan a un amplio porcentaje de los mexicanos.

A contracorriente, el problema no es de nuestros políticos sino de la falta de una sociedad civil organizada que pueda exigir y demandar otro comportamiento en nuestras clases dirigentes; que pueda colocar en los lugares de representación y toma de decisiones otro perfil de políticos, diferente que el que tenemos hoy en día, pero para lograrlo, México necesitaría, de forma urgente, un cambio cultural, una revolución ciudadana.

En la raíz, pienso que es necesario cambiar el foco de cómo entendemos la política en México; el foco que ha iluminado nuestra vida pública, ya se fundió y es necesario reemplazarlo.

Al día de hoy, no veo estímulos suficientes para que nuestros políticos tengan que cambiar; los incentivos para comportarse de forma diferente a la que hoy lo hacen, no son lo suficientemente fuertes y, al mismo tiempo, los costos de su actual comportamiento son mínimos: ya están acostumbrados –como los policías— al desprecio de los ciudadanos; a que la palabra político sea sinónimo de corrupción, compadrazgo, mediocridad; a que, --como casi todos los mexicanos sabemos--, la impunidad este siempre por encima de la legalidad y en esto, pareciera que ellos son los principales beneficiarios.

La salida fácil, insisto, es la de culpar a los políticos por todos los males del país; el otro camino, es el de responsabilizar a la sociedad que, en principio, elije a estas representaciones para ocupar su voz y a continuación, no hace nada o hace muy poco para demandarles resultados, exigirles cuentas, cambiar a los que no sirven o no pueden con las responsabilidades que se les entregaron.

Mientras México pierde un tiempo valioso frente a las oportunidades y sobre todo las apuestas estratégicas de países como China, Brasil e India, nuestra clase dirigente sigue perdida y atrapada en el corto plazo; sigue prefiriendo las rentas electorales de la mano del sindicato de maestros en lugar de escuchar los resultados de las evaluaciones de los organismos internacionales sobre los conocimientos de nuestros niños en edad escolar, los cuales son francamente alarmantes; sigue dilatando la evaluación a docentes o apostando por no tocar nada en lo concerniente al sindicato petrolero en aras de una mini reforma. Sigue consiguiendo lo mínimo de lo posible y cada vez más lejos de lo mínimo de lo deseable.

Escribía en alguna otra colaboración que la alternativa esta en los ciudadanos, lo sostengo y cada vez estoy más convencido de que es necesario un profundo cambio cultural. Los políticos no van a cambiar por sí mismos, no importa de qué partido sean, al final, como lo demuestra la reforma electoral, siempre estarán de un lado protegiendo a la partidocracia. Necesitamos de una sociedad civil más fuerte y organizada para que los políticos trabajen para sus electores y el servicio público esté al servicio de la gente.

La alternativa está en los ciudadanos

El reproche es insistente, desde el ya famoso “si no pueden, que renuncien” que hace eco del reclamo ciudadano por la inseguridad pasando por las bajas calificaciones que en los estudios de opinión pública, se le asignan a partidos políticos, senadores de la República y diputados. La opinión pública y la publicada coinciden en señalar de forma reiterada que los mexicanos estamos a disgusto con nuestra clase gobernante: hemos visto, como una y otra vez anteponen los intereses electorales y de partido –en el mejor de los casos—y en otras, los oscuros intereses de los grupos de presión y de interés por medio de prácticas poco transparentes y, sobre todo, por la falta de regulación de la industria del cabildeo que, en la mayoría de los casos, se reducen al simple tráfico de influencias.

Me cuento entre la mayoría que cree en nuestro derecho a una rendición de cuentas puntual, no sólo del ejercicio de la hacienda pública sino de las acciones u omisiones de nuestros legisladores y autoridades; sin embargo, esto no es así y nuestra clase política, mediocre, cortoplacista y dedicada a perder… el tiempo, es sólo el reflejo de algo más grave: la ausencia de una sociedad civil que tenga la organización y la fuerza suficiente para exigir de nuestros políticos y de los órganos de representación del Estado otra conducta, otros resultados. Cada vez estoy más convencido, que en el camino hacia la solución de muchos de los principales males que aquejan a la sociedad mexicana, está una pavimentación que pasa por la participación ciudadana.

Las referencias internacionales exitosas en torno al combate al crimen organizado, como son Palermo en Italia y Bogotá en Colombia no hubieran sido posibles sin la participación de la sociedad organizada y sin un cambio cultural. Tengo para mí, que nuestra visión de la vida está enmarcada en un profundo chovinismo; en un reiterado ver nada más que nuestro ombligo y sólo en muy contadas ocasiones, mirar qué es lo que está pasando afuera; qué ha funcionado en otros lados y por qué razones ha sido de esa forma. En materia de la lucha contra la delincuencia, hemos probado una y otra vez las mismas fórmulas y los resultados han sido casi los mismos: si las variables de la ecuación no cambian, el resultado no tiene porque ser diferente.

Ante el fracaso de la ecuación gubernamental para enfrentar al narcotráfico (más presupuesto, más policías, más armas, más leyes, más ejército, más populismo… ¡penal!) es necesario un cambio de mirada; una que nos impone corrernos hacia la sociedad; hacia la participación ciudadana; hacia la sociedad civil organizada. Más allá del atinado reclamo de Alejandro Martí en aquella sesión del Consejo Nacional de Seguridad Pública, es necesario que los ciudadanos participemos de lo público --aquello que nos es común a todos— y recuperemos nuestro espacio público; es necesaria la participación de los medios de comunicación, de las universidades, de las organizaciones de la sociedad civil --principalmente aquellas vinculadas a los derechos humanos--, de las iglesias, entre otros para generar un cambio cultural. Es necesario un gran acuerdo nacional, pero no los mismos acuerdos de siempre entre el gobierno federal y los partidos o los sindicatos, no, uno impulsado desde la esfera privada y social, con agendas y compromisos de los principales actores, pero para que esto funcione, la agenda debe de reducir el egoísmo imperante en la sociedad y la lucha despiadada y de juegos de suma cero en la que se la viven la mayor parte de las OSC.

En una simplificación absurda (por simple y por escandalosa), pareciera que el país presenta una gran división: por un lado, están los políticos de siempre y que están del lado de los políticos; por el otro, los delincuentes que no sólo están en contra de los políticos (por lo menos de algunos de ellos) sino también y lo que es más grave, de la gente; sin embargo, no queda claro quién está del lado de la gente: No parecen estarlo ni los partidos, ni los congresistas, ni los gobernadores, ni el Ejecutivo Federal.

Y mientras tanto, sin que nadie esté del lado de la gente, el país enfrenta una amenaza real de terrorismo y de las consecuencias de la violencia asociada al narcotráfico; la clase política sólo vela por sus intereses, tiene en su mira la elección federal de 2009 y aun sigue sin cerrarse la herida que polarizó a la sociedad por la elección presidencial de 2006 y aunado a todo esto --de por sí grave--, se ciernen sobre nosotros, los nubarrones de tormenta en el terreno económico, ya sea por las crisis financiera de los Estados Unidos, por un bajo crecimiento de la economía, por una inflación superior a la proyectada, por una posible disminución en los flujos de las remesas, por…

En días recientes, la excandidata Patricia Mercado y un grupo de miltantes de Alternativa, presentaron su renuncia a ese partido. En su comunicación señalaban que le dejaban la Socialdemocracia a los políticos de siempre y que se llevaban la Alternativa para construir un movimiento ciudadano; atrás de esta decisión, quedaban una serie de irregularidades y prácticas que asemejaban al “nuevo” PSD con los partidos políticos tradicionales y que rompían el contrato con la ciudadanía en torno a una propuesta que podríamos englobar bajo la etiqueta de la “nueva política” y que en 2006 habían significado más de un millón de votos por Mercado. En la misma semana, la dirigencia de ese partido hablaba de la incorporación de Rosario Robles y Demetrio Sodi a sus filas: otra vez, el mensaje que mandan los partidos políticos a los ciudadanos es que no importa la plataforma y las creencias, sólo el cálculo y rentabilidades electorales; que no importa reciclar viejos y gastados nombres para ponerles un rostro “nuevo”.

Pareciera que no tenemos otra opción: la alternativa sí está en los ciudadanos.