jueves, 13 de noviembre de 2008

La alternativa está en los ciudadanos

El reproche es insistente, desde el ya famoso “si no pueden, que renuncien” que hace eco del reclamo ciudadano por la inseguridad pasando por las bajas calificaciones que en los estudios de opinión pública, se le asignan a partidos políticos, senadores de la República y diputados. La opinión pública y la publicada coinciden en señalar de forma reiterada que los mexicanos estamos a disgusto con nuestra clase gobernante: hemos visto, como una y otra vez anteponen los intereses electorales y de partido –en el mejor de los casos—y en otras, los oscuros intereses de los grupos de presión y de interés por medio de prácticas poco transparentes y, sobre todo, por la falta de regulación de la industria del cabildeo que, en la mayoría de los casos, se reducen al simple tráfico de influencias.

Me cuento entre la mayoría que cree en nuestro derecho a una rendición de cuentas puntual, no sólo del ejercicio de la hacienda pública sino de las acciones u omisiones de nuestros legisladores y autoridades; sin embargo, esto no es así y nuestra clase política, mediocre, cortoplacista y dedicada a perder… el tiempo, es sólo el reflejo de algo más grave: la ausencia de una sociedad civil que tenga la organización y la fuerza suficiente para exigir de nuestros políticos y de los órganos de representación del Estado otra conducta, otros resultados. Cada vez estoy más convencido, que en el camino hacia la solución de muchos de los principales males que aquejan a la sociedad mexicana, está una pavimentación que pasa por la participación ciudadana.

Las referencias internacionales exitosas en torno al combate al crimen organizado, como son Palermo en Italia y Bogotá en Colombia no hubieran sido posibles sin la participación de la sociedad organizada y sin un cambio cultural. Tengo para mí, que nuestra visión de la vida está enmarcada en un profundo chovinismo; en un reiterado ver nada más que nuestro ombligo y sólo en muy contadas ocasiones, mirar qué es lo que está pasando afuera; qué ha funcionado en otros lados y por qué razones ha sido de esa forma. En materia de la lucha contra la delincuencia, hemos probado una y otra vez las mismas fórmulas y los resultados han sido casi los mismos: si las variables de la ecuación no cambian, el resultado no tiene porque ser diferente.

Ante el fracaso de la ecuación gubernamental para enfrentar al narcotráfico (más presupuesto, más policías, más armas, más leyes, más ejército, más populismo… ¡penal!) es necesario un cambio de mirada; una que nos impone corrernos hacia la sociedad; hacia la participación ciudadana; hacia la sociedad civil organizada. Más allá del atinado reclamo de Alejandro Martí en aquella sesión del Consejo Nacional de Seguridad Pública, es necesario que los ciudadanos participemos de lo público --aquello que nos es común a todos— y recuperemos nuestro espacio público; es necesaria la participación de los medios de comunicación, de las universidades, de las organizaciones de la sociedad civil --principalmente aquellas vinculadas a los derechos humanos--, de las iglesias, entre otros para generar un cambio cultural. Es necesario un gran acuerdo nacional, pero no los mismos acuerdos de siempre entre el gobierno federal y los partidos o los sindicatos, no, uno impulsado desde la esfera privada y social, con agendas y compromisos de los principales actores, pero para que esto funcione, la agenda debe de reducir el egoísmo imperante en la sociedad y la lucha despiadada y de juegos de suma cero en la que se la viven la mayor parte de las OSC.

En una simplificación absurda (por simple y por escandalosa), pareciera que el país presenta una gran división: por un lado, están los políticos de siempre y que están del lado de los políticos; por el otro, los delincuentes que no sólo están en contra de los políticos (por lo menos de algunos de ellos) sino también y lo que es más grave, de la gente; sin embargo, no queda claro quién está del lado de la gente: No parecen estarlo ni los partidos, ni los congresistas, ni los gobernadores, ni el Ejecutivo Federal.

Y mientras tanto, sin que nadie esté del lado de la gente, el país enfrenta una amenaza real de terrorismo y de las consecuencias de la violencia asociada al narcotráfico; la clase política sólo vela por sus intereses, tiene en su mira la elección federal de 2009 y aun sigue sin cerrarse la herida que polarizó a la sociedad por la elección presidencial de 2006 y aunado a todo esto --de por sí grave--, se ciernen sobre nosotros, los nubarrones de tormenta en el terreno económico, ya sea por las crisis financiera de los Estados Unidos, por un bajo crecimiento de la economía, por una inflación superior a la proyectada, por una posible disminución en los flujos de las remesas, por…

En días recientes, la excandidata Patricia Mercado y un grupo de miltantes de Alternativa, presentaron su renuncia a ese partido. En su comunicación señalaban que le dejaban la Socialdemocracia a los políticos de siempre y que se llevaban la Alternativa para construir un movimiento ciudadano; atrás de esta decisión, quedaban una serie de irregularidades y prácticas que asemejaban al “nuevo” PSD con los partidos políticos tradicionales y que rompían el contrato con la ciudadanía en torno a una propuesta que podríamos englobar bajo la etiqueta de la “nueva política” y que en 2006 habían significado más de un millón de votos por Mercado. En la misma semana, la dirigencia de ese partido hablaba de la incorporación de Rosario Robles y Demetrio Sodi a sus filas: otra vez, el mensaje que mandan los partidos políticos a los ciudadanos es que no importa la plataforma y las creencias, sólo el cálculo y rentabilidades electorales; que no importa reciclar viejos y gastados nombres para ponerles un rostro “nuevo”.

Pareciera que no tenemos otra opción: la alternativa sí está en los ciudadanos.

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